Se me hace difícil escoger entre si es más divertido hacerte sonreír o hacerte enfadar. Entre explicarte mis planes mentales de seducción y ver cómo te ríes de mí o quitarte los enfados repentinos de niña pequeña que te dan.
La cosa va de sonrisas y versos. Quizás eres a quien menos sonrío y seguro que eres quien más lo merece. Sé de sobras que nadie sabe explorar sin miedo mi tristeza. Nadie como tú la mira a los ojos y le dice “eh, deja a mi china en paz, que tengo amigas en el Cabañal”. No le tienes miedo porque me abrí las cicatrices y te enseñé la mejor parte de mí. Luego te enseñé la mejor parte de Barcelona y tienes prohibido que lleve a nadie más por esas calles.
Me gusta cuando me riñes. Me gusta cuando te enfadas porque no voy a clase, no estudio y suspendo. Me gusta también cuando voy ciega y la única persona con la que me apetece hablar eres tú. ¡Y encima de todo te enfadas cuando te llamo!.
Sólo te digo que no envidies a nadie. No envidies a ninguna de las que pasan por aquí, ven mi desastre y se vuelven. Porque vienen y se van, sólo me rompen un poco más. Pero tú siempre estás, siempre te pienso y planeo nuevos insultos y formas de hacerte enfadar o reírme de ti. Y lo mejor de todo es que haces ver que crees que soy una dura, pero poca gente me conoce como tú.
¿Verdad que me sientes aunque no me veas? Pues yo también te escribo aunque no me leas. A veces lo que buscamos no está tan lejos.


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